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viernes, 26 de abril de 2013

Formación: "Discernimiento Espiritual"















Para poder discernir auténticamente, necesitamos algunas predisposiciones:


  1. Deseo de hacer la voluntad de Dios. Necesitamos querer lo que Dios quiere, si no, es imposible el discernir. El director espiritual debe querer cuanto Dios quiera para esta persona en concreto y el orientado también debe adoptar una actitud de «firmar el cheque en blanco» a Dios.
  2. Apertura a Dios. Viene implícito en la primera disposición, sin embargo, en ocasiones queremos elegir según nuestro propio gusto queriendo que sea el gusto de Él. Deseamos trabajar para Él, pero en el fondo, no nos gusta que sea de verdad el jefe. Dios tiene sus misterios, en ocasiones resulta desconcertante y «escribe derecho con líneas torcidas».
  3. Conocimiento experiencial de Dios. Conocer a Dios significa conocer sus gustos, conocer lo que le agradaría más. Por eso, también se acude al director espiritual en busca de alguien que, además de la gracia de estado, tiene tal experiencia de Dios que les puede ayudar a discernir sus gustos. (Thomas H. Green).

Definicinición:

Se impone que nos acerquemos al sentido real del discernimiento y nos preguntemos qué entendemos por discernimiento y por discernimiento espiritual .

 Es un término muy usado y con un significado muy compartido.

En griego tenemos el término krinein, que significa: separar, seleccionar; después de un serio examen: elegir, decidir.
En latín el término es cernere, que significa: separar, cribar, percibir las cosas con claridad, reconocer. Y en castellano, «discernir», que significa: interpretar adecuadamente, examinar a fondo, definir las cosas en sus limites.

Fundamentación Bliblica.


El discernimiento está muy presente en la Escritura .

Lo vemos ya en la primera página de la Biblia: Adán falla en el discernimiento ante el árbol del bien y del mal (Gén 2,17; 3,lss).

En el Antiguo Testamento, la Alianza es el criterio decisivo para discernir la fidelidad o infidelidad del pueblo de Israel (Dt 11,18-32).

Tiene mucha importancia en san Pablo.
Habla explícitamente del «discernimiento de espíritus» (1 Cor 12,10), como de un carisma entre otros carismas; y le es un tema familiar, como lo vemos en estos textos:
«Que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento» (Flp 1,9); «Que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor» (Col 1,9-10); «Vivid como hijos de la luz {...] Examinad qué es lo que agrada al Señor» (Ef 5,8-10); «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renoación de la mente. de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rom 12,1-2); «No extingáis el Espíritu; no despreciéis la profecía; examinado todo y quedaos con lo bueno» (1 Tes 5,19); «Adultos: aquellos que, por costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal» (Heb 5,14).


Noción de espíritus


Es el agente que ejerce una principal influencia en las ideas y afectos predominantes en un individuo o en un acto que este realice.


Por nombre de espíritus entendemos no las inspiraciones mismas, sino sus autores, y en este sentido se dice en las Sagradas Escrituras: espíritu bueno, espíritu malo y espíritu humano.


Así entendido el espíritu, se hallan ser tres los diversos agentes: divino, diabólico y humano.



 Modo de actuación de los espíritus



No obran estos espíritus forzando la libertad humana, sino solicitando la voluntad según los fines propios de cada uno. La acción del buen espíritu suele llamarse inspiración, la del diabólico instigación y la del humano inclinación, la cual puede ser naturalmente buena o desordenada.


a).- El espíritu divino. El Espíritu Santo mueve inspirándonos. Lo cual realiza atrayéndonos con su gracia, ya reprendiéndonos con los remordimientos de conciencia, ya retrayéndonos con el temor al castigo. Unas veces obra de un modo ordinario, según la providencia común, y otras de forma extraordinaria, con la influencia superior y eficaz de los llamados Dones del Espíritu Santo. Se presenta siempre con suavidad y facilitando la virtud, aunque a veces la primera impresión sea de temor y para los pecadores de remordimiento. Claro está que nunca incita al mal ni al bien tan solo aparente.


b).- El espíritu diabólico. Siempre solicita al mal, aunque muy a menudo se viste de ángel de luz para engañar a los incautos (2Cor 11, 14), pero al fin descubre sus intenciones perversas. Para sus instigaciones se vale de sus fantasías y demás potencias sensitivas, que altera y desconcierta, y propone bienes sensibles con exageración de necesidad, o males con apariencia de bien, etc. No guarda orden alguno en su modo de obrar, y tan pronto suscita fervores intempestivos y penitencias indiscretas, como exagera las dificultades de la virtud e incita a la desesperación y a dar rienda suelta a las pasiones. Obra de ordinario con alboroto, perturbación y violencia. Pero a los malos les quita remordimientos y los adormece con sus placeres.


e).- El espíritu humano. Inclina a la comodidad y a la satisfacción de los sentidos y al amor propio. Es egoísta, inmortificado, independiente. Obra con suavidad y blandura sensible, y nunca es violento para sí mismo, aunque sea para los demás pesado. La diferencia que hay entre este espíritu y el divino equivale a la diferencia entre naturaleza y gracia. Aunque a veces se alía al mal espíritu, se distinguen ambos por el carácter de violencia, extrañeza y exageración que lleva consigo el espíritu diabólico, aun recayendo en el mismo asunto o materia en que el humano actúa.

Buen espíritu:
Acción divina
Espíritu humano:
Naturaleza
Mal espíritu:
Acción diabólica
Inspiración
Inclinación
Instigación
Suave, agradable, firme.
Propone siempre el bien
Tiende siempre a la comodidad
y al placer.
Violento y áspero.
Propone siempre el mal.
Nuestra tarea es obedecer
Nuestra tarea es moderar
Nuestra tarea es combatir.

A. El discernimiento adquirido.
 
Se posee por medio del ejercicio y del conocimiento de las personas, por la oración, el estudio y la experiencia propia.

B. El discernimiento infuso.

Éste es un don de Dios. Un carisma dado para ayudar a los demás. Hay sacerdotes, religiosos o seglares que, sin una gran formación teológica o espiritual, tienen sin embargo una gran capacidad de discernimiento y consejo. San José de Cupertino, San Juan María Vianney (mejor conocido como el santo Cura de Ars), Santa Teresa de Jesús, por mencionar algunos, son ejemplos de esta capacidad infusa.

La capacidad para discernir los espíritus es una gracia del Espíritu Santo, unida al don de consejo y de entendimiento.


Razón del discernimiento espiritual. 


a) La primera razón es el mismo ser humano Nadie nace acabado y todos necesitan hacerse, y, por lo tanto, deberán dirigir todo el potencial vital hacia una meta concreta diciendo muchos síes y muchos noes. El discernimiento deberá estar siempre presente.

 b) La razón está en el mismo ser cristiano Nada más tener delante al cristiano en su ser total, salta a la vista que el discernimiento es del todo necesario. Contemplamos al cristiano desde una doble perspectiva:
En primer lugar, en su existencia concreta, Todos sabemos que lo radical del cristiano es ser en Cristo, con todo lo que le Supone de relación con la Trinidad, con el hombre y con el mundo. Pero este ser en Cristo debe realizarse en un contexto socio-histórico concreto y en un sujeto concreto. No se tiene la identidad cristiana completa si no es en una persona concreta y en un momento concreto.
Vemos, además, al cristiano en su crecimiento. Debemos situar al cristiano en un proceso de gran riqueza y abierto a la vida cristiana en plenitud. La respuesta que se da en cada momento nunca es definitiva. Este proceso integral del cristiano es impensable sin la praxis del discernimiento.

c) La razón está en la presencia del Espíritu. Esta presencia del Espíritu es la que nos plantea el discernimiento espiritual. Le prestamos atención.

 Contamos con que la presencia del Espíritu es activa y operante sobre toda la creación; donde está el Espíritu hay vida. Así nos lo presenta la Escritura: «Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gén 2,7); «Envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra» (Sal 104,30); «Infundiré mi Espíritu y viviréis» (Ez 37,14). Y, a su vez, si falta el Espíritu, falta la vida.

Sabemos que la vida cristiana es en el Espíritu: el cristiano nace a la vida divina por el Espíritu (Jn 3,5), en él «habita el Espíritu de Dios» (Rom 8,9), tiene al «Espíritu que se une a nuestro espíritu» (Rom 8,16); pero, además, los cristianos son guiados por el Espíritu: «En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom 8,14); «Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gál 5,18). Resulta evidente que se necesita una intensa atención al Espíritu para tener un discernimiento cristiano.
— Añadimos un dato más: la presencia y la actuación del Espíritu suponen en el cristiano una tensión interior. La tensión se da como resultado de dos polos de fuerza contrarios; y el cristiano, que es testigo de que el hombre viejo le acompaña (Col 3,9) y que es consciente de que está ungido por el Espíritu
(2 Cor 1,2 1-22), sabe muy bien la tensión que le supone la vida en el Espíritu, como la describe san Pablo en Rom 8,lss. Si la presencia del Espíritu y la tensión interior se corresponden, se entiende fácilmente que a más presencia del Espíritu se experimente más la tensión interior.
Y, consecuentemente, ante la experiencia de la propia tensión se impondrá la necesidad del discernimiento y del discernimiento espiritual. Resulta claro que donde no se viva con tensión, no se verá la razón del discernimiento.

d) La razón práctica del discernimiento viene dada desde los mismos ámbitos donde se practica.
 Enumerarnos los momentos en los que se hace necesario y se practica el discernimiento: en la opción vocacional (discernimiento vocacional); en la estructuración de la persona cristiana; en los momentos de crisis; en las nuevas llamadas; en el estilo de vida cristiana que incluya el carácter comunitario (discernimiento comunitario); en la respuesta a las nuevas etapas de la vida; en el momento de afrontar situaciones adversas; etc. Esta es la razón del discernimiento: se necesita.

Garantías del discernimiento espiritual 



 Siempre se han dado reglas de discernimiento, y ofrecemos las que consideramos más fundamentales para nuestro momento actual.

a) Los frutos han sido siempre y también son hoy un criterio definitivo. Los frutos del Espíritu son: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gál 5,22); «pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,8-9). Por los frutos los conoceréis (Mt 7,16).

b) La confesión de «Jesús es el Señor». No podemos olvidar esta frase de san Pablo: «Por eso os hago saber que nadie, hablando en el Espíritu de Dios, puede decir: “iAnatema es Jesús!”; y nadie puede decir “Jesús es el Señor!” sino en el Espíritu Santo» (1 Cor 12,3). Está claro que quien se refiera a Jesús, como el Señor, reconociéndole la divinidad y expresando su adhesión personal, está bajo la acción del Espíritu.

c) La unidad de comunión. Quien busca de verdad la unidad de comunión, actúa desde el Espíritu. La unidad es palabra de Jesús y realidad querida por él (Jn 17,2 1-22), y es obra del Espíritu: «unidad del Espíritu» (Ef 4,3). Siguiendo a san Pablo, vernos que la presencia del Espíritu lleva a la pluralidad
(1 Cor 12,4.12), y que la pluralidad vivida en el Espíritu exige la unidad, porque el origen de los carismas es el mismo Espíritu (1 Cor 12,7-11) y la finalidad es común a todos, la edificación de la Iglesia (Ef 4,12; 1 Cor 12,7).

d)     La filiación, como vivencia siempre nueva e integradora. Conocemos ya cómo la filiación es el dato que transforma más radicalmente al cristiano, y cómo en ella está presente el Espíritu (Gál 4,6; Rom 8,15). Esta nueva posición de hijo ante Dios Padre, de hermano con todos los hombres y de persona libre en relación con el mundo entraña necesariamente un nuevo planteamiento de vida con su correspondiente comportamiento; y esta nueva vida será posible en el Espíritu (Rom 8,14).

e) La fraternidad sentida y comprometedora. También sabemos que la fraternidad parte de la filiación, que se acoge en gratuidad y compromete radicalmente. No cabe duda de que en nuestra vida lo que lleva el sello de fraternidad es del Espíritu (Ef 4,1-4).

f) La pertenencia eclesial. Pensamos que quien en el momento actual cree en la Iglesia y la ama, y es definido en ella y por ella, vive bajo el Espíritu. Esta posición ha necesitado pasar de una visión meramente sociológica de la Iglesia a valorarla y vivenciarla como Misterio, Comunión y Misión en relación con la Trinidad. La pertenencia amorosamente consciente a la Iglesia y comprometida con ella me habla de presencia del Espíritu.

g) La fuerza en medio de la pobreza-pobre, en la debilidad. Esta frase: «Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”» (2 Cor 12,9), no tiene vuelta en san Pablo; la vive y la proclarna repetidas veces en su verdad radical:
«Pero llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2 Cor 4,7); «Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo [...j pues cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12,9-10). Pero nosotros sí que podemos dar vuelta a todo, hasta dar poder a la pobreza. La debilidad real, la pobreza-pobre, es la que no tiene vuelta; y cuando hay fuerza en ella, es del Espíritu.

4. Principales reglas del discernimiento


Sobre todo cuando el mal espíritu se viste de ángel de luz conviene aplicar las siguientes reglas:

a)       La Sagrada Escritura interpretada por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia constituye la norma suprema de actuación y el más sólido punto de referencia.
b)      El árbol se conoce por sus frutos. No puede un árbol bueno dar frutos malos y viceversa. ¿Cuáles son los frutos que te produce el pensamiento, el sentimiento o el acto por discernir?
c)       Analiza el origen, el desarrollo y el fin de tus pensamientos y sentimientos. Si vienen del buen espíritu tiene que ser bueno el origen, bueno el desarrollo y bueno el fin.
d)      Observa la forma (el tono) con que es tocada el alma: suave o violenta.
Siempre es de gran ayuda hablar con alguien experimentado a manera de consulta o contraste. Aquí se sitúa la dirección espiritual o el acompañamiento. 


5. Estados espirituales más frecuentes


CONSOLACIÓN
SEQUEDAD
DESOLACIÓN
¿Qué es?
Es aumento de fe, esperanza y caridad

Los frutos del Espíritu son claros e intensos,

El sentimiento es dulce y agradable.

Hay luz en el entendimiento y fuerza en la voluntad (Gracia)

Favorece el desarrollo de la vida espiritual.
“Ni pena ni gloria”

Estado espiritual muy frecuente en el que no se perciben movimientos (mociones) ni a favor ni en contra del desarrollo de la vida espiritual,

Es un tiempo tranquilo,

Las mociones son leves, casi imperceptibles.

Es lo más ordinario.
Cuando el alma está turbada o agitada por varios espíritus.

Los frutos de la carne están a flor de piel.

El sentimiento es
pésimo, desesperante, amargo.

Hay tinieblas y
confusión.

Paraliza el desarrollo de la vida espiritual.
¿Cómo actuar?
Disfruta el don de Dios y se agradecido con él.

Prepárate para la prueba porque vendrá.

Pon atención al contenido de la consolación para
secundarlo en la vida
práctica.
Nunca abandonar la oración. Ten paciencia.

Examina la causa:

a) Si es fisiológico. Por ejemplo, cansancio.

b) Si falta meditación o has sido desobediente

c) Si es noche oscura.
No hacer mudanzas.

Se paciente.

Intensifica el examen.

Haz penitencia y pon los medios para salir de aquí

Cultiva la humildad.

Si persiste la desolación busca ayuda.

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